lunes, 25 de febrero de 2013

Yo, con Chikilicuatre. Italia es otra cosa.



 La que se nos viene encima como europeos por las preferencias de los italianos. Los de la bota y la piedra; en ella, tropiezan siempre. Es su sino y así lo pensaba yo cuando de pequeño o, incluso, hoy me asomo al mapa europeo. Pero debí intuir que algo se nos derrumbaba desde hacía tiempo a nosotros, a los amigos del Carnaval y de la Semana Santa. ¡Mira que a los españoles nos gustan los disfraces!  Vamos de jarana en jarana enmascarada; eso sí con profundas y honrosas excepciones, es natural. Nos partimos, nos desternillamos, de cualquier manera... Debimos estar más atentos al vaticinio de nuestra decadencia de hoy. El signo de los nuevos tiempos se produjo en 2008. Tuvimos nuestro Pepito Grillo y no le hicimos ni "puto" caso (con perdón, por no hacer caso, claro). La irrupción de Chikilicuatre en el Festival de Eurovisión fue la señal, el estigma, el designio de los nuevos tiempos de crisis total, de desorientación general. Nos deslumbraron el tal David Fernández y el ingenioso Buenafuente. No le hicimos caso pero sí se nos fue el advenedizo con aplausos: ¡Arsa, quillo! Y te lo hace sin peineta -es más educado que Luis, por supuesto, a pesar de que comparte con él sólo, afortunadamente, el malva, que es el color de la pena, del dolor, de lo irremisible-, no pierdas detalle que habrá más. Somos así.

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