domingo, 6 de abril de 2014

YO SOY LA FUENTE. LA NOTICIA VUELA.




Yo soy la fuente. Parece una sentencia bíblica pero no es eso, no. Hoy, en 2014, el mundo nos parece estrecho e, incluso, “por él y en él nos sentimos agobiados” desde cierta perspectiva. 
Sin embargo, cómo sentirían el mundo los habitantes de la Francia de 1789; los vecinos de la Gran Revolución. Muy seguramente, para la gran mayoría, aquel les resultaría inabarcable, inmenso. Puede ser, entonces, que solo pudieran sentir “su” mundo (Jo, cómo me gustaría sentir lo que ellos sintieron en aquellos momentos… que diría en desenfadada expresión Holden Caulfield, mi muchacho favorito del “mundo” de J.S. Salinger).
Por aquellos entonces, sólo unos pocos, por razón de oficio o “destino”, tendrían el privilegio, la oportunidad, la obligación o posibilidad de ir de acá para allá, de un lugar a otro, conociendo y contando lo de allí y lo de aquí.
Así, de un lugar a otro, se divulgaban las noticias, se difundían por toda suerte de personajes historias, historietas, las verdades, las medias y las enteras, las mentiras trastocadas… y los rumores, a veces tan devastadores como terremotos. Todo esto y aquello en boca de frailes y mendigos, generales y bandidos, soldados y peregrinos, comerciantes y contrabandistas. Y, también, aventureros, gitanos, faranduleros… Alguaciles y amantes fugitivos. Todos ellos, la sal de la Tierra. La noticia de voz en voz, de esquina en esquina, de eco en eco al sillón mullido del salón, a la cama deshecha sin calor, a la cocina, a la cuadra, a la era, a la fragua, bajo el puente…
Pero la gran mayoría nacería, viviría (mal viviría, por lo común) y moriría en su terruño sin tener más horizonte que aquel que alcanzara su vista. O las callejuelas de la ciudad.
Leo que en el París de 1814 no había periódicos salvo para un número reducidísimo de lectores pertenecientes a las clases media y alta.
Se dice que la tirada corriente de un periódico francés de aquel tiempo, es decir, de hace doscientos años, alcanzaría los cinco mil ejemplares.
Naturalmente desde el Estado y, cómo no, desde la Iglesia fluía la información para común conocimiento y obligado cumplimiento por los cauces reglamentariamente constituidos. Recalaba el mensaje para el interés general y, también, para el otro.
¿Y hoy, qué? Tengo la impresión de que nos sentimos apabullados por el bombardeo incesante de los medios. Mucha dispersión ficticia, porque a decir verdad lo que impera es la concentración de los más poderosos. Lo testimonial se configura tan disperso que se titula inútil.
La variedad es tontuna: del azul intenso pasando por el azul desvaído al rojo camuflado y el rosa desvalido.
Por eso, hoy, en 2014, la fuente somos nosotros. Somos los mensajeros. Los otros. En nuestras manos está el difundir la verdad, nuestra verdad. O, también, -¡qué irresponsabilidad!- manipularla. Hoy podemos tener otros puntos de vista, otras perspectivas con más amplios horizontes aunque seamos cortos de vista o ciegos. No solo estamos, es que hoy somos red. Anudados que no ahorcados. Vibra libre la palabra, se recibe nítida la voz.
(Imagen: Eugène Delacroix, La Libertad guiando al pueblo)

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